Colaboraciones medios

 

Miguel A. López-Morell

Cátedra Empresa Familiar. Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Murcia

La Opinión - Encuentros septiembre 2011


Entre tantos problemas a los que nos ha arrastrado la pertinaz crisis económica está el penoso espectáculo de fuga de cerebros de nuestro país, que va tomando un cariz escandaloso. Esta sangría de talentos, que durante décadas afectó a biólogos, médicos o farmacéuticos, hace ya tiempo que se amplió a los cuadros técnicos de innumerables empresas y a miles de brillantes investigadores de casi cualquier área, seleccionados con esmero entre nuestro millón y medio de estudiantes universitarios.
Desde mi punto de vista, en este asunto se solapan dos graves problemas: por una lado, el derroche extraordinario que la sociedad española (digan Estado o administración, si prefieren, cuando se habla de lo público) se ha permitido durante décadas al dar muy pocas opciones a sus mentes más brillantes, tanto a la hora de incorporarlos a un sistema de investigación dinámico, como a la hora de vender sus valores a las empresas, que siguen viendo con alergia a la Universidad; por otro lado, está la oportunidad perdida para esas empresas, que con mucha miopía no han visto en nuestros hiperformados jóvenes una oportunidad única para introducir innovación en sus empresas y salirse de la tendencia a hacer “lo de siempre”… que termina llevándoles indefectiblemente al fracaso.

Incorporar a un científico o técnico de alta cualificación no es patrimonio de las empresas grandes o de alta carga tecnológica. Cualquier empresa industrial, empezando por la más humilde sociedad familiar, puede hacerlo. La paradoja es que muchos pequeños y medianos empresarios ni siquiera saben de las convocatorias públicas de ayudas a la incorporación de doctores, tecnólogos o demás titulados a su plantilla, como las becas Torres Quevedo o las que ha planteado el gobierno regional, que permiten dotarse de un científico de alto nivel con un coste pequeño.

Es posible que parte de ese desencuentro surja en la Región de Murcia del hecho de que solo el 31% de los directivos murcianos poseen formación superior, por lo que todo esto les puede resultar poco familiar. Pero una cuestión es el nivel de emprendimiento y otra el conocimiento. Se impone, por tanto, que incorporen a estos talentos a sus empresas, como vía para salir de la crisis siendo más innovadores y, por ende, más competitivos. Cuidándolos, claro está. No es de recibo que los empresarios pretendan tener un científico de alto nivel con el sueldo equivalente al de un administrativo, ni abrirse a sus consejos con un mínimo de curiosidad (y asunción de riesgo, evidentemente) ni dotar mínimamente sus iniciativas.

En suma, no solo se trataría de acabar con el viejo divorcio entre ciencia y empresa, sino de rentabilizar lo que con tanto esfuerzo sale de nuestras universidades. Porque perder a una mente brillante no se puede valorar exclusivamente por lo que en euros han costado dos o tres décadas de formación. Una mente privilegiada se consigue entre miles de postulantes… y eso sí cuesta mucho. Miles de millones que se ahorran año tras año los países receptores de nuestros talentos (EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania...y un largo etcétera). Otras empresas han apostado de veras por el talento nacional o incluso lo importan, y no les va nada mal, créanme. ¿Se apuntan?

 


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