
Departamento de Sociología y Política Social. Miembro de la Cátedra de Empresa Familiar Mare Nostrum
La Opinión - Encuentros mayo 2014
Desde no hace mucho tiempo el término competencia profesional está presente, cada vez de un modo más patente, en nuestro lenguaje y en diferentes ámbitos, desde el empresarial hasta el académico, pasando por el sector público y privado, así como en diferentes figuras fácilmente reconocibles por las funciones que desempeñan, ya sean directivas, profesionales, docentes e investigadoras, hasta incluso llegar al alumnado y permeabilizarlo en los estudios de grado y posgrado que cursa en nuestras universidades.Reconozcámoslo, el término se ha puesto “de moda”, sin que de un modo concluyente pueda afirmarse que todo el mundo sepa realmente de lo que se puede estar hablando. Por eso, para definir que es una competencia, quizás sería mejor realizarlo a contrario sensu, esto es, intentando precisar que es una incompetencia – aplíquese al ámbito, sector y figura que el lector desee - y, de ese modo, se podrá reconocer a quien la ejerce y dar sentido a su protagonista, es decir, el incompetente. En otras palabras, aquel que no tiene los conocimientos suficientes, no ha desarrollado sus capacidades, ni actúa con habilidad suficiente y, lo que es peor, aun siendo consciente, no lo remedia.
Mi actividad docente me permite estar familiarizado con este tema, entre otras cosas porque el diseño e impartición de una asignatura requiere de este conjunto de conocimientos capacidades y habilidades que han de trasladarse al alumnado. Desde que el Plan Bolonia comenzara a rodar, muchos han sido los esfuerzos por intentar desarrollar un modelo cimentado bajo este propósito y muchos también los tropezones que, con más entusiasmo que medios, se van razonablemente salvando.
Solo es cuestión de tiempo el alcanzar el objetivo, pero de poco serviría si todos estos esfuerzos no estuvieran en correspondencia con las señales que el mercado laboral emite a la academia demandando profesionales formados no solo en conocimientos – aspecto del que podemos presumir nuestros egresados a buen seguro han incorporado a su bagaje estudiantil - sino además, todo aquel conjunto de capacidades y habilidades que por desgracia y de un modo tangencial se encuentran contemplados de un modo expreso en los planes académicos.
La empresa familiar no es ajena a este análisis y menos aún a esperar del ámbito académico profesionales que además de los conocimientos propios de su actividad, sean competentes, no tanto en el que tienen que hacer como en el cómo tienen que hacerlo. En otras palabras, trabajar en equipo, saber comunicar, apostar por la creatividad, automotivarse, ser flexibles, orientarse a resultados y otros tantos aspectos con “valor de mercado” que es difícil advertir en el curriculum estándar de un candidato.
Es pues el momento de sintonizar frecuencias y apostar por un acercamiento entre estos dos mundos – el empresarial y el académico - más cercanos y próximos de lo que pudiera parecer. Al fin y al cabo nuestro futuro – el de todos – depende de ello.