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  Juan Monreal.

Director de la Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de Murcia. Catedrático de Sociología

La Opinión, Encuentros Junio 2009

En este momento seguimos sufriendo los efectos de la crisis económica y todavía no conocemos claramente el tiempo necesario para salir ella. El empleo continúa destruyéndose y en las empresas falta la liquidez de recursos financieros, signos evidentes de que no estamos cerca de la recuperación.

Este diagnóstico de la situación de la economía real no debe sumirnos en el desánimo, la impotencia o, incluso, en el fatalismo. Sería la peor de las situaciones para afrontar este momento difícil para todos: empezando por los que no tienen trabajo y terminando por la desconfianza en aquellas organizaciones responsables de hacer crecer la economía, como son las instituciones políticas, financieras y la propia empresa.

Al contrario, la situación en que se encuentra la economía real, la que afecta a las personas, a las familias, a las empresas o al conjunto del sistema económico, debe llevarnos a hacer lo que no hemos hecho antes o no estamos haciendo ahora y por lo que hemos o estamos pagando un precio alto. Y si no lo hacemos pagaremos o sufriremos aún más las consecuencias. Por lo tanto, no se trata de querer o no querer, no. Se trata de hacer o no hacer.

¿Qué es lo que debemos hacer? Nos vale, para responder a esta pregunta, el ejemplo de cómo se actúa en buena parte de las empresas familiares. Todos sabemos que la mayoría de las empresas en el mundo, en Europa, en España y, también en nuestra Región, son empresas familiares (más del 75% del total de las empresas) y, por tanto, son las que más contribuyen a la creación de empleo y a la generación de la riqueza. Aquí reside su peso y su valor. Pero este hecho tan significativo no se debe al azar ni a la casualidad y espontaneidad. Se explica porque la familia, además de ser una red de próximos vinculados por la sangre y por la cultura, es un grupo humano con unas necesidades económicas y sociales que hay que satisfacer mediante el trabajo y la creación de empresas. Aquí radica el espíritu emprendedor de la familia.

Los fundadores o creadores del negocio familiar saben o deben saber que la empresa familiar para que se mantenga y crezca en mercados tan difíciles como los actuales son necesarias dos cosas: primera, que sea una empresa competitiva, porque está bien posicionada en el mercado por el producto, por el liderazgo, por su capital humano y por su capacidad de innovación; segunda, que los miembros de la familia que están impulsando la empresa estén en buena armonía, que tomen las mejores decisiones para la empresa y que creen un buen clima de comunicación, participación y de acuerdo entre todos los trabajadores que forman la empresa. Esta es la fortaleza de la empresa familiar y la que le hace sobrevivir en los momentos difíciles y de crisis. El espíritu de familia debe anteponer el acuerdo a la disensión y al conflicto, porque si no quien pierde es la empresa y, entonces, todos pierden.

El comportamiento de la empresa familiar que existe en la mayoría de ellas nos marca la senda a seguir en el modo en el que habría que operar en este momento de crisis económica. ¿Qué enseñanzas pueden aprenderse y, sobre todo, ponerse en práctica, teniendo en cuenta este comportamiento? En primer lugar, hay que llegar a acuerdos concretos sobre qué medidas socioeconómicas son las más convenientes aquí y ahora para reducir la dimensión de la crisis e iniciar la reactivación de la economía. En estos acuerdos deben participar todos los agentes políticos, económicos y sociales, sin exclusión para poderlos realmente ejecutar. Basta ya de anteponer los intereses de partido, los intereses electorales y los intereses ideológicos a los intereses reales de la economía y del trabajo y, en definitiva, de las familias y de las personas. En esta cultura de llegar a acuerdos, la empresa familiar nos transmite su saber hacer diario: hay que estar unidos en todos los momentos, los buenos y los difíciles, para sobrevivir y crecer.

En segundo lugar, hay que saber aprender la lección del pasado y del presente para mejorar el mañana. Conocemos perfectamente, por una parte, los excesos que ha tenido nuestro modelo económico y productivo en los últimos años y que nos ha conducido a la crisis económica actual: excesos en el sector inmobiliario, en el financiero y en nuestro modelo de consumo; pero, por otra parte, también estamos al tanto de las debilidades que presenta nuestro modelo económico y productivo que le hacen no ser suficientemente competitivo: debilidades en formación, en innovación y en internacionalización. Corregir estos excesos y debilidades exige un cambio de modelo económico y productivo. Éste solamente puede producirse si hay realmente acuerdo entre todos para hacer este cambio, gobierne quien gobierne. Frente a los que creen, y son todavía muchos los que así piensan, que para salir de la crisis hay que volver a lo que veníamos haciendo y que ha fracasado, hay que decirles claramente y con una sólo voz, que el modelo hay que cambiarlo ya. En esto también la cultura del negocio de familia nos da un buen ejemplo: cambiemos lo que no funciona antes de desaparecer y saquemos nuevas energías para crecer.

 


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