Colaboraciones medios

 

 Angel Olaz Capitán.

Departamento de Sociología y Política Social. Miembro de la Cátedra de Empresa Familiar

La Opinión - Encuentros enero 2011

Se atribuye al famoso novelista J.R.R.Tolkien la frase “el trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en finalizarse”. Parece ser cierto que cuando demoramos una actividad, más parece costarnos activarla e impulsarla, hasta que el calendario se transforma en un “cronómetro”, momento donde el trayecto a recorrer se convierte en una “carrera” de fondo y a ritmo de sprint. Todo lo contrario a un organizado, sosegado y placentero paseo.

En las organizaciones y en este análisis se incluyen las empresas familiares, puede suceder algo parecido y ello no hace sino preguntarnos acerca de si además del trabajo enfocado a la gestión o a la tarea, no existe además otra cuestión previa - que quizás por evidente se da por más que sobreentendida – relacionada con la creación de un equipo de personas con quienes recorrer el camino.

Y es que hablar de equipo, de equipo de trabajo, no es exactamente igual que hacerlo de trabajo en equipo. Entre ambos conceptos media un paso, en el que todos a buen seguro coincidimos en que es algo más que un simple juego de palabras. Si equipo de trabajo puede relacionarse con poco más que una relación nominal de personas, trabajar en equipo supone, al menos, considerar que lo individual cede paso al espíritu del grupo, que la aportación colectiva de cada persona es algo más que la suma individual y aislada de cada individuo al proyecto común, pensar en lo que uno puede aportar más que lo que se puede exigir a los demás y practicar un “egoísmo desinteresado” o, dicho en otras palabras, mirar personalmente por todo aquello que puede beneficiar a las personas de mi entorno de trabajo para beneficiarme indirectamente de ello.

Si se descuidan los aspectos que guardan relación con lo que en esencia somos, es decir, personas y se focaliza en exceso nuestra atención en la tarea, es probable que la idea de trabajo en equipo se degrade y comiencen a manifestarse una serie de efectos perversos como son las autojustificaciones ante cualquier situación contraria a lo esperado, el victimismo desaforado, la desmotivación por lo más mínimo, los prejuicios – especialmente los negativos-, lo que coloquialmente se denomina “escaqueo” y, por último, como sublimación de todo lo anterior, la pérdida de respeto en cualquiera de sus manifestaciones.

Ante esta situación muchas veces se piensa que sólo es cuestión de esperar a ver cómo lo soluciona “el de arriba” y dictamine el cómo hacer las cosas. Craso error. Si es cierto que los “superiores” deben contribuir y ayudar a generar las condiciones de la arquitectura organizativa, no es menos cierto que trabajar en equipo es algo que se construye entre todos, donde el “todo para uno y uno para todos” cobra especial sentido, al igual que aceptar a las personas como son y no cómo nos gustaría que fuesen, enfocar los problemas desde el presente y no desde el pasado, confiar en los “otros” aun cuando el riesgo pueda parecer alto y establecer un compromiso más allá de lo puramente protocolario.

Evidentemente todo lo referido no se arma en un día. Estos procesos no pueden abordarse exclusivamente con el cronómetro en mano, hace falta además una “brújula”, junto a un “mapa” del terreno, buen sentido de la orientación y, sobre todo, el sentido común que dé sentido a lo que entre todos podamos ir edificando ¿Acaso tiene sentido que en algunos momentos podamos permitirnos el lujo de no trabajar todos juntos en equipo?

 


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