
Cátedra Empresa Familiar. Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Murcia
La Opinión - Encuentros agosto 2012
Existen una serie de frases recurrentes entre diversos grupos profesionales que van más allá de los tópicos. Entre los expertos del sector inmobiliario la manida “situación, situación, situación” no deja de reflejar una realidad: las viviendas de las mejores zonas apenas se devalúan y siguen vendiéndose caras, a pesar de la crisis. Entre los estudiosos del desarrollo económico, comienza a extenderse la máxima de “instituciones, instituciones, instituciones”, para explicar el desarrollo de determinados países y, por supuesto, dar pistas sobre el actual derrumbe que azota a otros como el nuestro (otro día podríamos hablar de ese asunto, tan crucial). Pero lejos de lanzar un mensaje catastrofista y, a pesar de ser repetitivo, yo pondría de moda entre los empresarios españoles otra triple sentencia para sacar la cabeza de la depresión: Exportar, Exportar, Exportar.
Perdonen Ustedes si hago una breve alusión personal al hilo de esto: acabo de llegar de una estancia de seis meses en los Estados Unidos en la que me he interesado no solo por las noticias que llegaban de España, sino también por la presencia y el interés por lo español allí. He podido comprobar el vigor más allá del charco de determinadas empresas textiles patrias (Inditex o Desigual) o del sector bancario (el banco de Santander a través de Sovereign o el BBVA, patrocinando nada menos que la NBA). Sin embargo, he visto muy pocos productos agroalimentarios de aquí. Desde luego, pocos de nuestra Región, supuesta potencia en estos lares, salvo la honrosa excepción de un puñado de vinos de Jumilla, Yecla y Bullas, que no son difíciles de localizar. Llama la atención la masiva presencia de productos italianos como franquicia de lo mediterráneo o el control por parte de empresas como la norteamericana Goya de productos con el marchamo español; con los que, por cierto, la colonia española y los millones de inmigrantes latinoamericanos de allí saciábamos la morriña culinaria.
A riesgo de redundar una vez más en lo que ya vienen insistiendo otros colegas, la exportación, más que una quimera, parece el único asidero al que se pueden agarrar ahora casi todas las empresas, enfrentadas en España a mercados maduros y, desgraciadamente, deprimidos, en el sentido más literal de la palabra. No hay más vueltas: hay que vender fuera, en países emergentes o en los que han tenido la suerte de superar la depresión económica hace ya unos años, como es el caso de los Estados Unidos, o en China, con sus 100.000 nuevos millonarios. Allí se consume, y mucho, y desde luego en las estanterías españolas encuentro productos que nada tienen que envidiar a sus supuestos sustitutivos de fuera.
La palabra complicado o imposible ya habrá asaltado a más de emprendedor que me lee. Pero sin duda se puede hacer y se debe hacer, aunque hay que moverse y cumplir algunos parámetros muy básicos: hay que hablar inglés, hay que establecer redes y hay que hacer una apuesta por la calidad. Esto último, lo tenemos, pero hay que cuidarlo hasta el extremo, incorporándonos, claro está, a determinados estándares que algunos aquí pueden considerar esnobistas, como la agricultura ecológica (orgánica, como se expresa en el ámbito anglosajón), pero que son condición sine qua non para vender en determinados países. Evidentemente, antes era más fácil, con cientos de ayudas públicas a la exportación y una amplia red de profesionales de embajadas y cámaras de comercio a nuestro servicio. Ahora no hay tanto de esto, pero hay que hacer un esfuerzo para sacar fuera nuestros productos.
No hay excusas: hoy se puede poner un contenedor en la otra punta del mundo por un precio mucho menor a lo que se gastaban muchas empresas en una comida de trabajo con un cliente antes de la crisis. Si los chinos lo hacen ¿Por qué no nosotros?